LOS DEDALES DE MI MADRE
POR JOSÉ MANUEL LÓPEZMORA 1 NOVIEMBRE 2025
Buscando un tramo de alguna cinta en los cajones laterales de la máquina de coser de mi madre, entre envoltorios de plástico viejos resguardando géneros de costura, encontré una bolsita de plástico con algunos alfileres, restos minúsculos de cinta elástica, botones, entre otros… y unos dedales. Eran como diez de ellos; de esos que ya se hacen en producción industrial moldeados en lata. Pero también estaban ahí, como géneros semejantes, unos atractivos dedales de plata porque aparece en cada uno al quinto que determina la calidad y origen del metal. Los objetos significativos despiertan recuerdos y estos dedales me han hecho bien al corazón y al alma. Porque podrán moldear los orfebres muchas piezas, pero los que son escogidos especialmente para alguien quedarán impregnados de su espíritu; les darán el cuidado o celo necesarios dándoles una estimación al objeto mismo. Y esa es la particularidad de acuerdo con el montón de piezas de cuando fueron elaborados: Son los dedales de mi madre que le dan una identidad o atributo, de entre varios que ella forjó en sus días de costurera, esposa y madre.
Son tres dedales con elementos finamente soldados y dibujos troquelados; son objetos de orfebrería. Los encontré con esa grasa adherida al metal que lo hace sentir un tanto pegajosos; esa ranciedad quizá sea parte de la oxidación propia de la alpaca o plata. La oxidación característica de la plata es ennegrecer dicho metal. Al sacarlos de la bolsilla de plástico y sentirlos, fui observando cada uno y vi la cantidad que había de los industrializados y escogí uno. A manera comparativa, los industrializados son de latón, varios tienen óxido y son de menor tamaño. Creo que su función ideal es para infantes porque en una mano de adulto, cuando mucho abarcará media yema del dedo donde lo acostumbre a acomodárselo la modista o costurera o sastre. Estos objetos se utilizan para empujar la aguja cuando se está trabajando la labor; una orilla, un dobladillo, un bordado a mano o simplemente para unir, con aguja y dedal, todas las piezas en caso de no tener máquina de coser; y evitan que la yema del dedo que empuja la aguja ensartada después de un rato termine lastimada.
Mi madre compraba algún dedal de orfebrería, si su necesidad la motivaba, cuando nos llevaba a la feria del carnaval (los juegos mecánicos) o a la exposición ganadera. Tuvo tantos dedales como cajas de alfileres dispuestas en diversos sitios de la casa para ocuparlos en su labor cotidiana. Recuerdo, cuando estaba muy chico, uno de esos dedales que hoy ya no existe, se desgastó el metal del tope chato generándose una perforación. Bueno pues ese dedal —según contaba mi madre cuando le hacían alguna observación sobre ese dedal desgastado, “que no se acordaba cuántos años tenía con ella desde que lo compró, ni tampoco dónde”— ha sido el más antiguo en estilo de orfebrería del que tengo memoria gracias a esa perforación y muy parecido a los que les comparto en las imágenes; que son más recientes (aproximadamente de unos 20 o 30 años).



Después de la muerte de mi padre, hace más de 20 años, estos objetos orfebres se fueron “guardando” poco a poco. Mi madre terminó cosiendo a un par de clientas que ella eligió. Esto para sentirse útil y entretenida, pero también honrando a su hermoso oficio de costurera; hasta hace unos seis o siete años que ya fueron los últimos ejercicios de mi madre en la labor. Yo tenía como 30 años de no verlos porque desde entonces no hay cajitas con alfileres, estuches costureros con carretes de hilo, tijeras, botones y demás géneros de costura que ella llevaba de un punto a otro por la casa en su labor. Al encontrarlos, hace unos días, el ruido a metal me hizo tomar en cuenta el contenido de esa bolsita donde mi hermana tuvo a bien guardarlos. Eso me hizo revivir momentos donde veía las manos laboriosas de costurera en mamá con un dedal puesto para empujar la aguja y dar la puntada.
Hoy sus manos ya son torpes involuntariamente, le pesan, tienen los músculos enjutados, le resaltan las venas y arterias de las manos como ductos subcutáneos. Los dedales lucen hoy distintos en esos dedos donde se los colocaba, generalmente en el en el dedo índice o dedo corazón. Lucen muy opacos porque sólo los lavé con un poco de detergente en polvo (por lo rasposo como abrasivo) para medio limpiarlos y luego apreciarlos mientras reconstruía algunos recuerdos viendo sus detalles orfebres; y para evocar las tardes cuando se sentaba en su sillón costurero (un tamaño específico de mecedora para el mejor acomodo de la costurera) haciendo la labor fina de ciertas puntadas, dobladillos, bordados aprovechando la luz natural o el sol que entraba por el gran ventanal que entonces tenía la casa. ¡Ay los dedales… cuántos disgustos y satisfacciones habrían compartido ellos con mi madre en estos últimos cuarenta años! Mi madre, Doña Petra Mora —la Tía Petrita o Tïa Petri, para muchos de sus sobrino y sobrinos nietos— está a punto de cumplir 102 años si Dios le da la oportunidad de llegar a su fecha de nacimiento el próximo noviembre.

Nos veremos pronto
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