LA PONCHERA: LA ÚLTIMA DE SU ESPECIE
POR JOSÉ MANUEL LÓPEZMORA 30 OCTUBRE 2025
Los objetos cotidianos tienen un valor estimativo. Nos lamentamos la pérdida de esas cosas cuando se rompen, se descomponen o cambian de persona. Si se reparan seguramente no se podrán forzar como antes o no se podrán usar tan rudamente. No se pueden reemplazar; eso causa algo de pesar en lo emocional. Un luto o duelo. SÍ, nos pone tristes y quizá habrá personas que caigan en depresión por esas pérdidas.
En esos objetos van involucrados procesos afectivos, emociones, instantes, sucesos y hasta formarán parte de leyendas familiares para amplificar la relevancia de dichos objetos. De manera muy personal —en el particular sentido de la vida de cada individuo como integrante de una familia— los afectos y valías de esos objetos cotidianos suele ser tan subjetivo como el arte y los placeres: lo que para uno puede ser sublime y celestial para otra persona puede ser un desorbitado aprecio hacia el objeto como también hacia a mis gustos o temas preferidos; así también viceversa hacia sus valías.
Guardo sobre mi madre, desde muy chico, una experiencia como muchas. Entre su vitrina de recipientes y trastes de vidrio y losa (tres o cuatro niveles o divisiones que ahora les nombran “entrepaños”) colmaba de estos en todos los espacios, en ese trasterío había unas dulceras de vidrio que eran la maravilla de atracción en la temporada de Navidad. En ellas disponía nueces de castilla y pecanas partidas para facilitar sacarlas de su coraza; y las colocaba en el comedor cercanamente a la Navidad para compartir o convidar a los conocidos que llegaban a dar el abrazo. Y había un par de dulceras (así le decía mi mamá) a unos bowles de vidro matizados en rojo imitando, hasta cierto tono, al murano y sobre ellos es esta narración.
Eran estos bowles los más arrumbados en esa vitrina de cristalería. Los dos juegos o sets, uno encima del otro, me daban la impresión de ser una floresotas porque el borde semejaba una corola según mi comprensión visual. Como eran rojas y estaban hasta abajo de los niveles de la vitrina no destacaban tanto ni el brillo ni el color murano; lo que destacaba era que ambos bowles tenían en su cuenco otros bowles más pequeños igualitos a bowl o fuente mayor apilados; eran doce o dieciséis recipientes. Cuando llegaba la temporada de Navidad solo salían los recipientes grandes. Para mí era una fascinación la luz en ese vidrio rojo, la suavidad del borde de estos, así como lo delgado que era el vidrio. ¡Claro que no era cristal de murano! Para nada. En el fondo de cada recipiente por la parte de afuera tenía grabado muy definidamente el sello de la fábrica CRISA.

Según el recuerdo de Mamá dice: “Estas dulceras me las ragaló doña María y don Rosendo”. La familia Préstamo Fuerte vivió exactamente frente a la casa de mi madre. Y le gustaron tanto a mi mamá que prefería utilizarlas muy esporádicamente. Cada que hacía aseo y acomodo a esa vitrina de vidrios y losas especiales, vistosas y apreciadísimas para ella, era aplicar el ritual de Recuerdos muy semejante a cuando sacabas los álbumes de fotografías. De esa vitrina, cada recipiente y vasija tenía su historia y su valía. Cerrada la vitrina ya reacomodada y con algún nuevo recipiente ascendido como dignamente hermoso (según le parecía a mi madre) era que se renovaba ese atesoramiento.
Un día que llegué a unas vacaciones la vitrina ya no estaba. Y algunos de esos trastes fueron incorporados al uso cotidiano y otros se resguardaron en cajas y poco a poco fueron saliendo ante la necesidad. Las cosas son para usarse. Y así las dulceras rojas, regalo de bodas de Doña María y Don Rosendo, se usaron para fuentes de ensaladas o de pasta preparada y otras ocurrencias. Alguna ocasión pregunté a mi madre que si siempre había usado esos bowles para colocar nueces, almendras, frutos secos porque me parecía extraños verlos con pasta o con ensaladas. Y ella me dijo: “Estas dulceras en realidad son fuentes para ponche, tenían su cucharon para el servicio.” ¿No sería muy caliente el ponche para este vidrio? Y ella dijo: “EL vidrio es de la fábrica CRISA; no es como el de ahora que no aguanta las altas temperaturas.” ¡Uh! Qué cosas, en verdad. Uno de los últimos recuerdos es que un día virtió ahí una ensalada de Navidad (de manzana, nuez, crema, cerezas y de más) y un “otro cucharón” servía en los más chicos. En lo personal, ver y usar estos bowles siempre me generó una fascinación el efecto de luz en ese tono murano que en realidad se fue tornando un rosa coral. El vidrio era liso, no diamantado o facetado. Poco a poco se fueron rompiendo cada una de esas dulceras


Los objetos cotidianos son depositarios de recuerdos y de ellos se reconstrullan historias personales, familiares. Las casas, entre sus objetos valiosos (por estimación y vivencias), podría aportar importantes piezas de exposición o de museo porque activan su circunstancia, el contexto, la situación personal o familiar por la que pasaba en esos instantes, generando pues narrativas interesantes. Son objetos motivadores o detonantes de anécdotas, de historias de linajes y familias… Y cuando apreciamos su belleza, su durabilidad y hasta los detonantes evocativos entonces es cuando le otorgamos la categoría de sobresaliente en la vida de la familia de… o motivador en la vida de tal personaje que…
El contenido de esta poncherita que ilustra esta información equivale al de una copa de sidra y en la parte de la base, por su exterior, se puede notar un milimétrico grabado (muy bien logrado), en forma de rectángulo, que con lupa o ampliando la toma evidencia la marca comercial: CRISA. Luego vino otra línea de producción de la misma empresa conocida como Termocrisa. Esta pequeña ponchera data de 1963 cuando mis padres se casaron. El grabado de la marca comercial en el recipiente tiene un diseño tipo art nouveau o art deco. Con lupa debió ser cómodo ver a detalle de la marca en la ponchera principal, que seguramente habría tenido el mismo grabado pero proporicional al tamaño del recipiente. Recordemos que su tamaño era como el de un bowl o fuente ensaladera.
Estos recipientes tuvieron su apogeo de uso cuando ya fuimos adultos mi hermana y yo. Se fueron rompiendo las copitas, se fueron desacompletando. Y cuando se partieron las fuentes, las copitas huérfanas, generalmente, se usaron para servir gelatina, flan, carlota falsa (la que se hace con galletas marías) arroz con leche, natilla, pero por el háibto de uso y no por lucimiento. Bueno, la Macedonia de lata, por emergencia, fue servida en estas poncheritas. Pero dieron qué hablar, al menos alguna expresión como “Son algo antiguas ¿verdad?”; y afloraba la historia de las poncheras como uno de tantos regalos de bodas.
Los objetos se rompen. En cuestión de trastes de cocina así es; se aboyan cuando se trata de metales; se desportillan cuando son metales porcelanizados (los de peltre más comúnmente); o se descomponen como los electrodomésticos. Pero los afectos sobre ellos se ponderan según el motivo, sucesos o circunstancia; mismos que contextualizarán el recuerdo para el futuro. Es la historia que se irá conservando para alguien que, cada vez, ya sea de visita fortuita o de invitado, la curiosidad motivará las conversaciones sobre la llegada, la adquisición, la duración, la temporalidad y demás cosas como las etapas o épocas de la vida misma de sus dueños o herederos, si es que destinan un lugar específico como preservación.
Hace alguna tarde pasada recientemente, secando los trastes, una poncherita resbaló en el escurridor, logró golpearse que se partió. El dato curioso ante este suceso es que de aquellos dos juegos o sets (bowl y seis u ocho poncheritas ) únicamente quedaban dos pequeñas. Al romperse una, entonces quedó la última de su especie. Ni modo, así es esto de los objetos se rompen, se inutilizan y por lo tanto, los trastos van a dar a la basura. Solo si se tiene un importante valor sentimental, quizá se repare y se convierta en un objeto digno de exposición en casa si es que se tienen esa sección.
Algunas personas se idean diseñar o adquirir una vitrina o receptáculo que guarde dignamente el objeto único en su especie; y que al mismo tiempo guardará el afecto, las emociones y hasta las anécdotas gracias a ese ejemplar único. La última de esa especie. Suena dramático porque, seguramente, cuando se rompa terminará en la basura como todo traste y todo quedará en el imaginario personal. Y mientras no lo olvidemos o se nos borre la memoria, abstraeremos la imagen de los objetos, gracias a los recuerdos y la anécdota.
Los últimos usos que tuvo este par (hoy ya sólo una) han sido para gelatina, para colocar dos galletas marías empapadas de leche, así como algunas papillas dulces que seguramente activan algunos momentos en la memoria de mi madre. Ella está acercándose a iniciar la vuelta al sol 102 en los primeros días de noviembre. ¿Se imaginan lo que podría yo definir de ese recipiente único que queda con respecto a mi persona? Bien podría resignificarlo y tener una apropiación personalísima de este objeto de mi cotidiano como continuidad de mi madre; porque seguramente, la resignificación de mi hermana no será la misma. Cada quién su anécdota.
Nos veremos pronto
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